Chary, el payaso de Cartagena
CHARY, EL PAYASO DE CARTAGENA
¡Zzzzzzzzzzz! ¡zzzzzzzzzzz!... El timbre de la puerta anunció su visita. Todavía en el piso de aquellos años no teníamos el elegante y moderno ding dong que años después musicalizaría la entrada a nuestro nuevo hogar. Ansioso corrí a abrir con la ilusión del niño de cinco años que yo era. Entonces fue cuando lo vi por primera vez, de frente, hierático, mirándome. Abrí los ojos, casi tanto como los suyos negros, totalmente embelesado con aquella figura que me escudriñaba en silencio. Cabello bermejo, redonda narizota de igual color y una inexpresiva mueca justo donde tal vez habitó una sonrisa. Componían su atuendo, camiseta morada y pantalón ajedrezado beis y blanco. Las manos enguantadas de blanco, caídas sobre sus piernas. En su derecha sostenía una sencilla trompeta. Aún seguía, yo, ahí, mirando con sorpresa cuando ya llegaron mis padres y fue invitado a entrar.
Siempre he recordado aquel momento con cariño. Como la fascinación…, más bien el susto, me negó la palabra, don que con el tiempo habría de desarrollar con cierta profusión a decir de mis padres y hermanas.
Instalados en el salón, aquella figura vino a ser desdoblada y comenzó una animada charla, de esas de mayores, que sin interés para mí, repiqueteaba como un murmullo lejano. Yo no podía dejar de admirar a aquel extravagante personaje que entró en mi vida con un zumbido.
Con los años, lejos de desvanecerse, el recuerdo continuaba. Su imagen en el salón permanecía inmutable… Podía imaginar mil historias de como la vida de aquel payaso habría podido trascurrir hasta llegar a mi casa.
Personaje imprescindible en todo buen circo que se precie, pasa en la actualidad por momentos bajos como sucede con el mismo circo tradicional. Bien es sabido que el payaso hace de la risa su oficio, chistes, bromas, gags cómicos que hacen las delicias de niños y mayores. No de todos, debajo de tanto maquillaje hay quien ve en ellos un algo que les causa una animadversión que en muchos casos llega a ser irracional e histérica. Muchos, sin embargo, intuimos el maquillaje como una máscara protectora de las cicatrices del alma. ¿Tendría nuestro pelirrojo amigo, una historia que olvidar? Nunca lo sabremos.
Mudo, con la mirada fija, el payaso de Cartagena, cincuenta años después, continua impertérrito decorando el rincón del salón de mi niñez.
Ignacio Achútegui Conde
Logroño, 22 de julio de 2020
Le ha hecho mucha ilusión saber que aún conservas con cariño su obra.
ResponderEliminarHola, te supongo amigo o familia de Chary. Yo soy primo tercero suyo, eso creo. El cuadro lo adquirieron mis padres y siempre me ha fascinado. Me alegra saber que le ha llegado mi relato. Escribo de vez en cuando algo.Dale muchos recuerdos , los mio se remontan al día que trajo el cuadro y poco más: no hemos vuelto a coincidir.
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