Semblanza de una amistad
© Texto: Ignacio Achútegui Conde (Nacho) Portada: fotografía robada del facebook de mi amigo y procesada Titular de los derechos: el autor |
Haber
conocido y disfrutado de su amistad fue una de esas situaciones que te regala
la vida. Argentino de nacimiento, cosmopolita por cultivo propio. Un tipo con
aspecto poco habitual. No podemos decir que fuese alto, lo que resulta una
perífrasis innecesaria para evitar la palabra bajo, que ya no se ha evitado.
Peinado con raya al medio, el flequillo rizado le cae libre a ambos lados de la
frente tal cual peinara el viento; una recortada perilla dota a nuestro
personaje de un aspecto de poeta y dramaturgo decimonónico al que unas pequeñas
lentes reafirmaban un claro sello de intelectualidad que su sonrisa
circunspecta, ciertamente, evidencia.
En la descripción que de él me he permitido dar, se ha
deslizado de manera impremeditada un error de bulto ―tanto bulto como el
contrabajo al que sabe extraerle su voz grave como nadie― pues de poeta no sé
si tendrá facultades, pero de músico cordófonista anda sobrante. Maestro de
todos los instrumentos de cuerda con arco, nunca hubo un concierto en el que no
diera una nanoconferencia como experto violagambista. ¿Ustedes habían escuchado
alguna vez una viola da gamba? ¡Seguro que no! Con sinceridad, yo tampoco,
hasta que otro viejo amigo, compañero de densas noches de voz, guitarra y
alcohol, lo trajo a mí.
Recuerdo
aquella ocasión que, en un clásico café, un amigo común, también argentino, nos
presentó. Fue en el local de moda en el barrio., con más ínfulas de café
cantante ―a pesar de sus exiguos cincuenta metros cuadrados― que de bar de barrio.
Mayores pretensiones, aún si cabe, de ser una parcela donde sembrar la amistad
con más ahínco que de obtener un necesario rédito económico, ¡Montoro nunca lo
entendería!
Tras su
marcha, nunca pensé que volvería a verle, pero han sido muchas las veces que me
ha visitado en sus viajes profesionales a España. En el primer reencuentro
trajo consigo un botellín de licor cultivado a los pies de la sierra. Sí, ese
pequeño sistema montañoso que nosotros acá llamamos Andes.
¡Naturalmente, enseguida lo mandé de vuelta…! por ver que trajera cantidades ingentes del celebrado elixir.
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