Ripios de capilla (crónica de una noche sajeña)
El sábado 11 de diciembre acudimos a Sajazarra a disfrutar del espectáculo
"LA GRACIA DE LA PALABRA"
Os mando el "acta".
Ríos de agua santa,
corren presurosos por las calles de la villa.
¿Do vais con tanta prisa? ¿Do vais aguas frías?
A mojar aquellos zapatos,
que hacia el templo se dirigían
por escuchar cánticos de capilla,
almas de toda clase, también las pías.
Menester es no rezagarse
que a grandes jarros nos llovían
aguas santas por las calles de la villa,
en las oscuras vísperas de santa Lucía.
La noche de lluvia plena
vencido ya el tardotoñal día,
arrecia por la iglesia y su Virgen de Cillas,
ahogando sueños, faroles y bujías.
Arriba en la torre
luce aurea candela cuál vigía,
ya escondiéronse las zarandillas.
Abajo, vetustos goznes chirrían.
¿Cuáles allí se traman?
Cánticos y versos místicos se cocían.
Qué no son cosa de avecillas
sino de voces y cuerdas bravías.
Dos cordófonos empastados
con bello canto y poesía
de San Juan y Santa Teresiya
que bien se muere porque no se moría.
Rezagados, daos ya prisas,
que laúd y viola ya se oían.
Las acompaña la hermosa zagalilla
de golmaja voz, que no algarabía.
Voz de Viyuela timbra,
las tales hermosas melodías,
a cierta manera como canilla,
que abre el alma mía.
Musican y declaman
versos aprendidos en sacristía,
anegando la úvula, o campanilla,
como dijo Gonçalvo que bien valdría.
Terminada la función
provechosa cena procedería.
Gustosos manjares. Nada de furrufarriya,
que un ochavo bien merecería.
Celebremos, pues compadres
rito de copas, que en brindis chocarían.
Gustemos las viandas. Probad la morcilla.
Acabemos con la croquetería.
Francachela organizose
¡Vive Dios y la Virgen María!
¡Cuán negros ojazos tiene la chiquilla!
En aquellos, los nuestros se perdían.
¿Vos quiénes sois?
sin sonrojo, preguntaría.
Somos riojanos, somos cuadrilla,
el más joven contestaría.
De ríos y bosques, el Albert discursaba,
con denuedo, a la dona diva respondía.
Con pasión y encendidas sus mejillas.
Pues la ímproba encuesta, rubor le producía.
Corramos, entonces, un tupido velo
Nada digamos de su maestría.
Aquel trotarríos, izado de su silla,
muchas y buenas explicaciones ofrecía
Tan solo contemos...
en la noche sajeña cómo llovía.
Y así escribí estos ripios de capilla,
lejos de merecer mester de clerecía.
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