Arrancados fueron, del altar de los hombres, los libros del verbo donde el poeta escribió sus quimeras. Como una casa vacía quedó el alma, polvorienta, oscura, a la espera de una candela. Sicarios surgieron de las sombras traidoras, cuchillos en mano, saqueadores de ideas, a cercenar alegrías, de quien poco tuvo, nada le dejaron, ni sangre en las venas. Un niño llora junto a la madre muerta. Un caballo relincha al olor de las hienas. Cuanta esperanza robada por quien cortejó a hombres y mujeres con falsas ofrendas. Dioses, reyes y tribunos, cómplices de la pena, falsos ídolos de barro, a los pies de los caballos sean. Volverá a reír el niño en la casa iluminada, alertando con su risa al poeta, que renace feliz la morada. Poeta que tornará a escribir sus palabras más hermosas, en el viento libre de la mañana. Ignacio Achútegui Conde Hospital San