Un día de lluvia... Versión original
© Texto: Ignacio Achútegui Conde (Nacho)
Portada: fotografía bajada de internet
y cuadro de Luis Burgos
Titular de los derechos: el autor
|
Cuando colgué el teléfono tuve la certeza de que, en otra
ciudad y con familia, jamás volvería a saber nada de ella. ¡Uf!, se había casado y ya tenía un niño al que oí llorar de fondo.
Había transcurrido un tiempo desde que un espléndido sol
alumbrara su sentimiento de culpa. En su presurosa huida abandonó una fragante
estela sobre mi cama; ronroneos y melosos gemidos embriagaban mi mente, sumida
en el sueño más placentero y relajante.
¡Imposible, hubiera sido contenernos…!
Sus manos firmes habían apretado mi cuerpo y labrado surcos
de placer en mi espalda. Cerraba los ojos con fuerza, como queriendo impedir el
asomo de cierto pudor, al tiempo que la suave cadencia inicial ganaba
intensidad tras haber acompasado nuestra respiración. Invitado por su
mirada hospitalaria, había apoyado mi desnudo pecho sobre los suyos, un momento antes, sonriendo me
había arrebatado la ropa.
¡Me correspondía casi con violencia…!
Entre mis ágiles dedos, que con esmero argumentaron
deliciosas caricias, danzaron libres sus alborozados senos al levantar su blusa
cual telón de teatro. Las curvas de sus caderas, cobijo de su esencia femenina
aparecieron cuando retiré la última de sus prendas. La lujuria se había
desatado sin freno alguno cuando llegados al portal subimos al tercer piso y en
cada descansillo nos servimos un sabroso aperitivo.
Habíamos recorrido viejas y solitarias callejuelas, entre
luces y sombras, en una divertida carrera bajo la lluvia.
¡Cada esquina, un prolongado beso…!
Se había dejado llevar fuera cuando tiré de su mano. Nos
alejabamos de aquellas demacradas figuras de rostros amarillos y ojerosos que
se estremecían al compás de una música machacona, y cuya impertinencia había
rodeado nuestro ceremonial de cortejo.
Con suavidad, mostrando una falsa inexperiencia, había
buscado sus labios y posado en ellos mis ansias con suma cautela.
¡Tan solo un instante…!
La noche la pintaban en colores fuertes cual si de un cuadro
de Burgos se tratara cuando,
avanzadas las horas, el deseo contenido ya se expresaba con libertad entre los
relojes y escotillas del discobar de moda de mi ciudad y su opresivo ambiente
submarino.
La risa le brotaba franca, inspirada por el roce de mis
labios en su oído y el mensaje secreto susurrado. Su perfume me resultó fresco
y estimulador. Coqueta, enarcaba las cejas abriendo los ojos con desmesura y
por entre sus labios una ráfaga de aire se deslizó sensual y asertiva. De
inmediato, la música pareció enmudecer, y con la mirada supliqué de nuevo.
¡De nuevo, un sí…!
Sus ojos de mar en calma, ansiosos, habían buscado los míos,
y entre risas y juegos, leído la lascivia en ellos cuando tras la cena le
ofrecí una copa.
¡No fueron una, ni dos…!
Habíamos conversado; me dijo su nombre; venía del norte, donde
dicen que el milagro del sexo raras veces acontece; tal vez, por ello, más que
por méritos propios…, me había aceptado un café bien caliente: apenas un alivio
para aquella carita pálida enmarcada por dorados rizos que ―embebidos de toda
el agua del cielo― pesaban cual pecado original y le forzaban a bajar la cabeza
en gesto sugerente.
Aún recuerdo con nostalgia el instante en que la conocí, aquella
tarde de pertinaz lluvia en que, aleccionado por mi querencia a las situaciones
extrañas, la invité a entrar en calor… El cielo había roto aguas y yo no podía dejar
de mirar los ojazos de aquella aterida muchacha que, como cantos de sirena, me
atraían en silencio; mientras el sacerdote recitaba su ruego por el alma de don
Ramón cuyo ataúd esperaba ser sumergido.
¡A punto estaba de ser navegable aquel cementerio!
Pero eso… ¡había sido otra historia!
Ignacio Achútegui
Conde
Logroño,
a 22 de mayo de 2016
Me resultó algo complicado escribir la historia al revés. Comienzo por el desenlace y voy yendo hacia atrás para llegar al momento en que chico conoce chica en un marco ciertamente inusual para flirteos.
Esta historia es la continuación de otra escrita dos años antes, El entierro de don Ramón. Luego decidí fusionar las dos historias en una en Un día de lluvia.... Versión extendida como los grandes cineastas 😉 y más tarde llegó Un día de lluvia... Versión microrrelato.
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