... y Napoleón se hizo mujer

© Texto: Ignacio Achútegui Conde (Nacho)
Portada: dibujo bajado de internet y retocado 
Titular de los derechos: el autor


París… la gran París, ciudad bella donde las haya, guarda en sus entrañas los restos mortales de Napoleón I, omnipotente emperador de Europa que conoció las mieles y las hieles, del poder y la derrota. 

Se dice de él que era obsesivo con la limpieza y de una personalidad con inclinaciones violentas que le llevaba a vejar a sus subordinados. Resulta evidente su afán autoritario: el hombre más poderoso de su época. Hoy día se habla de un extraño síndrome que sufría y por el cual su cuerpo masculino iba derivando hacia la femineidad.

Sí, Napoleón, mujer...

Mujer o al menos su espíritu encontró acomodo en el cuerpo de Nabulia, la protagonista de esta historia actual. 

París…, la gran París, ciudad soñada por Nabulia marcó sus sueños de grandeza. Ella bebió de las aguas contaminadas de la buena vida. Ni Josefina hubiese llegado tan lejos en sus ansias de lujo y distracción moral. Todo podría ser poco para desmesurado afán. Lujos y conquistas iban sucediéndose. Ensanchando sus dominios fue haciéndose con toda la voluntad ajena de quien la creyó merecedora de cariños y otros esmeros.

De trato excelente, embriagaba con sus pródigas atenciones con las que envolvía a quien nunca desconfió. Pero con el tiempo la verdadera personalidad emergió. Cual famoso doctor, a menudo era el monstruo quien se apoderaba de sus actos. Momentos aquellos en que nada ni nadie tenían garantizada su integridad, caso de cruzarse en su camino. Aquel estado aparecía con la misma rapidez e ímpetu que un repentino estornudo.
 Convertida en galerna desataba su furia levantando olas devastadoras entre espeluznantes aullidos. Los hijos de la mar, temerosos, procuraban ineficaz refugio. Sobre roca sólida, el faro aparentaba frágil lamparilla incapaz de arrojar luz entre tantas sombras. Con el corazón en un puño, encogido de crispación, a merced del rigor de la tormenta con el único deseo de que tal cual había llegado, marchara aquel despropósito.

Mrs. Hyde aparecía y desaparecía cada vez con mayor frecuencia y de manera más visceral y vehemente. Por un tiempo demasiado largo nada pudo detenerla.

Pero, quiérase que la historia se repitiese con Nabulia al igual que con su versión original y, ¡al fin y por fin! (no es lo mismo): aquel infeliz y sometido corazón aletargado revolviose desde sus ácratas pensamientos y con el invierno como aliado quebraron la fortaleza de Nabulia al igual que se cuenta en las aulas de historia, que sucedió. Nabulia nunca pudo adaptarse cuando cayó y su bello rostro fue salpicado de la indiferencia.

Se narran, de reyes y emperadores, caprichosas perversiones amparadas por aduladores coros de parásitos cortesanos. Frívolos y veleidosos, a menudo juguetes rotos. 

París... ¡Siempre quedará París!


Ignacio Achútegui Conde
Logroño, 8 de enero de 2020

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