¡Hasta el cielo!
A pesar de que la ansiada independencia de Marruecos se había producido en 1956, mis abuelos paternos permanecieron en aquel país seis años más. Agustín e Isabel se sentían muy a gusto en la ciudad que había sido su hogar desde aquel lejano 1927 en que mi abuelo había embarcado a su recién esposa en la aventura de establecerse en Tetuán. Además, el nuevo estado de Marruecos llegó con la naturalidad con que vienen al mundo los hijos queridos: una justa proporción de incertidumbre, júbilo y consenso, muy al contrario de lo que sucedería con la vecina Argelia. Seguir con su vida en Tetuán fue sin duda una decisión fácil de tomar.
Agustín había cumplido para con la patria servicio de armas durante casi tres años en Larache y en las cartas a su prometida le hablaba de la belleza de aquella tierra, la afabilidad de sus gentes y… ¡las montañas…! Ya de regreso a España tras su licencia militar, salió plaza en la Intervención de Hacienda de Tetuán y la idea del regreso germinó en su mente y así lo propuso a Isabel, que lo sorprendió con decidida respuesta.
―¡Pídela!
―Pero… ¿cómo?, ¿sabes? Tetuán está en Marruecos.
―¡Pídela!
Ambos eran muy jóvenes, 27 y 29 años, y así fue como atravesaron España totalmente de norte a sur, para después cruzar el estrecho de Gibraltar. Contaba mi abuela que en sus primeras noches en Marruecos no dejaba de estremecerse en sudadas pesadillas al recordar el paso de Despeñaperros por aquellas mal llamadas carreteras sobre unos barrancos sin fondo en los que soñaba caer.
Oscuras pesadillas iniciales, y todo un brillante futuro por delante. La carrera profesional de mi abuelo despegó dentro de la administración civil en el protectorado. Sucedieron los años, nacieron los hijos, y mi abuelo ―hijo de aquel zapatero artesano de Calahorra― llegó, ascenso tras ascenso, a simultanear los cargos de Delegado de Hacienda y Director del Banco de Estado de Marruecos en Tetuán. El banco tenía su sede principal en el protectorado francés y, precisamente, con la independencia y la reunificación con la zona francesa, el banco le solicitó que continuara con su buen trabajo al frente de su delegación en Tetuán.
Agustín, hombre cordial y minucioso en el desempeño de sus funciones profesionales, así como buen conversador y con amable sentido del humor, se supo ganar el respeto de subordinados y cultivó amistades en todos y cada uno de sus cargos. Uno de aquellos amigos era Emfedal El Jaldi, empleado del banco, que a través de años trabajando con Agustín forjó una gran amistad y con sumo pesar se despidió de Isabel y Agustín cuando ya decidieron volver a España tras media vida al pie de aquellas montañas que Isabel tanto amaba…
―Hay que volver a España. Cada vez quedan menos españoles ―le decían a Isabel con cierta frecuencia desde España.
―Quedan las montañas… ―cuentan que siempre contestaba.
Al final, Dersa, Gorgues, Bu Zaitun, Yarguis... quedaron y…, finalmente, también Isabel y Agustín volvieron a España. Era el año 1962.
Tiempo después, en 1977, Jaldi regresaba, como buen musulmán, de la peregrinación a La Meca. Como quiera que tuvo que hacer escala en Madrid, no lo dudó y se presentó en casa de sus amigos españoles. No pudo verlos, pues tal como explicó Gerardo el portero, Agustín se hallaba gravemente hospitalizado, así que con su gran paciencia y amistad esperó durante todo el día el regreso de Isabel en el sofá del amplio portal de la casa de mis abuelos.
La de recuerdos que me trae ese magnífico portal, con sus escaleras siempre relucientes y el pasamanos requetedorado y requetebruñido por arte y empeño de Gerardo, que siempre tenía palabras cariñosas y una franca sonrisa. Pasábamos muchas temporadas en la casa de los abuelos Agustín e Isabel junto al metro de San Bernardo, y junto al metro de Chueca, en casa de los abuelos Rodrigo y Josefina, que… ¡también tuvieron su otra historia en Tetuán!
Jaldi esperó hasta la noche, pero no quiso la fortuna que mi abuela regresara a tiempo de que Gerardo cumpliera con la obligación de cerrar el portal. Jaldi debió marcharse y lejos de desesperar, a primerísima hora de la mañana se presentó de nuevo y esta vez sí que logró encontrarse con Isabel, que visiblemente sorprendida y emocionada acudió una vez más al hospital, en esta ocasión bien acompañada de Jaldi, y la mano de Fátima y un pequeño Corán en miniatura que trajo consigo desde La Meca para sus amigos; amigos, por encima de fronteras culturales o religiosas.
Jaldi encontró a su amigo Agustín sumido en un coma de varios días, tras solicitar respetuosamente el beneplácito de Isabel, se inclinó y en un pequeño acto ceremonioso pleno de cariño y emotividad besó su frente. Por un instante, su amigo, mi abuelo, recuperó la consciencia y tras exclamar ¡Jaldi! cayó de nuevo en su sueño.
Jaldi abandonó el hospital rumbo al aeropuerto que lo llevaría de regreso a la ciudad en la que aquella entrañable amistad jamás quiso saber de lengua, patria o religión: Tetuán, la Blanca Paloma que glosó el poeta; Tetuán, los Ojos del Agua que canta la tradición amazigh. Tetuán que debe su fundación a aquellos andalusíes que, por motivo de intolerancia religiosa, debieron abandonar el Reino de Granada y allí se asentaron.
Mi abuelo moriría días después sin haber vuelto a despertar de su sueño; mi abuela, su compañera de vida por aquellos mundos de Dios, o de Alá, será quien nos narre su última conversación con Jaldi antes de partir:
―Señora, ya sabes que en mi casa tengo una habitación siempre preparada para vosotros ―ofreció Jaldi―. Espero que vengáis a vernos.
―Mira, Jaldi, mi marido se está muriendo y yo ya soy muy vieja para ir de viaje a Tetuán. Lo siento muchísimo, pero no va a poder ser…
―Claro… entonces… ¡hasta el cielo!
―¡Hasta el cielo, Jaldi!
Ignacio Achútegui Conde
16 de octubre de 2025
Epilogo:
Isabel murió cinco años después, también en Madrid. Jaldi lo haría en Tetuán, al poco tiempo. Sin duda, los tres se fundieron en un cálido abrazo en su reencuentro.
Los diálogos están tomados literalmente, así como el fondo de la historia, de los numerosos escritos de mis tíos Maribel y Pancho recordando las historias familiares. También debo algún detalle a las conversaciones con mi padre y mis propios recuerdos de las maravillosas estancias en casa de los no menos maravillosos abuelos.

Cuanto me ha gustado, Nacho, tu resumen de la vida en Marruecos de mis padres y me alegra mucho haber contribuido con mis recuerdos
ResponderEliminarNacho, bien escrito y mejor sentido. Una historia preciosa que nos emociona a todos. Enhorabuena
EliminarPor cierto, soy Edmundo
EliminarMaribel, Edmundo, muchas gracias, por darme cuenta de vuestro agrado.
EliminarEdmundo, me había dado cuenta al instante por la coincidencia,de hora y minutos. Jajaja
Nacho , me ha gustado mucho los retazos de la vida de tus abuelos(tíos para mi) en Marruecos.He tenido la suerte de disfrutar de ellos y en la familia Achútegui Zárate era adoración hacia ellos por el cariño y la generosidad de los tíos hacia nosotros.Un abrazo
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